“Nuestros padres son nuestra primera relación… Entonces, cuando uno de ellos muere, es como si nos quitaran un ancla”, David Kessler..
El duelo por la pérdida de alguno de los padres en el momento que su hijo ya es una persona adulta, es el menos investigado y tenido en cuenta, afirma el Psicólogo Alexander Levy, según este autor atravesar esta situación durante la adultez socialmente parecería que debería superarse fácilmente, pero las circunstancias muestran todo lo contrario, sus consecuencias no son tan efímeras como la sociedad creería entender. Todo proceso de duelo es único y cada persona lo transita según su historia personal y recursos. Desde el nacimiento se establece con los padres una relación tan íntima, que cuando acontece la pérdida se fragmentan muchas dimensiones en nuestro interior. Los hijos son testigos del proceso de envejecimiento de los progenitores y conscientes además de la finitud del ser humano, sin embargo, la conmoción cuando uno de ellos muere escapan a la razón, esa sensación de “no estar preparado” es tan habitual como sorprendente, la existencia humana tiene una lógica que excede la capacidad de anticipar esta situación inesperada que lo enfrenta con una realidad alterada bruscamente, ya que los vínculos afectivos se forjan como una relación de cariño, amor y también con diferencias y enojos de ambas partes . Con la ausencia se han roto los lazos creados desde el nacimiento, no interesa si el hijo ya se independizó estableciendo su propia familia. El legado construido junto a los padres no concibe de tiempo ni distancias.
Victor Frank manifestaba que si no es posible cambiar una situación que produce dolor, siempre se tiene la posibilidad de escoger la actitud con la cual afrontar el sufrimiento. En el proceso de duelo, es fundamental valorar la importancia de este momento, asimismo soportar el padecimiento y frustración que sobrelleva pasar de amar a alguien que está a amar a alguien que no está. El vínculo continúa de esta manera simbólica, sin duda lo más difícil de la nueva situación es establecer una relación diferente con el padre fallecido. Algunas personas piensan que deben olvidar a quien ya no está, pero la clave es ubicar al ser querido ausente en otro lugar del corazón, despedir al ser físico, quien ya no podemos abrazar, ni oír su voz y aceptar que esta persona sigue con nosotros de manera simbólica. No existen períodos fijos para la duración de un duelo, ni debe estremecernos su intensidad, esto es normal y esperable. Hay que asumir que se debe seguir viviendo. Es habitual tener sentimientos de tristeza, pero hay que recordar que tu padre o madre hubiese querido que tu vida no se detenga. La triste experiencia de perderlos puede ser una de las grandes enseñanzas que ellos nos dejen, lo valioso del vínculo y la distinción del amor sin fin.

Pedro Cabral

Lic. en Psicología Mat 2124